La obsesión del tirano caído en tinieblas no se detiene
Latis, princesa sanadora del imperio, vivía encadenada a un trono de agujas: cada día le arrancaban la magia hasta dejarla temblando.
Un amanecer sangriento, el cielo se rompe y aparece Diavel, el conquistador maldito, cubierto de runas negras que devoran su piel.
Su orden es un latigazo:
—“Cúrame. Si fallas, te corto el cuello.” Latis, con las manos aún manchadas de su propia sangre, decide:
“Si salvo a este monstruo, salvaré a mi pueblo.” Empieza como prisionera.
Termina como obsesión. Cada hechizo que teje para calmar las heridas de Diavel despierta en él un hambre nueva:
Un amanecer sangriento, el cielo se rompe y aparece Diavel, el conquistador maldito, cubierto de runas negras que devoran su piel.
Su orden es un latigazo:
—“Cúrame. Si fallas, te corto el cuello.” Latis, con las manos aún manchadas de su propia sangre, decide:
“Si salvo a este monstruo, salvaré a mi pueblo.” Empieza como prisionera.
Termina como obsesión. Cada hechizo que teje para calmar las heridas de Diavel despierta en él un hambre nueva:
- Sus ojos dorados la siguen como lobos.
- Sus guardias reciben una orden loca: “Nadie la toca. Nadie la mira.”
- Y en la sala del trono, bajo candelabros rotos, él susurra:
—“Eres mía. El imperio puede arder, pero tú no.”
Entre curaciones prohibidas, bailes donde Diavel la arrastra como trofeo y cartas anónimas que prometen veneno, Latis descubre que sanar al tirano es más peligroso que matarlo.
Porque cuando un hombre que solo conoce la oscuridad encuentra una luz que no puede apagar…
la encierra para siempre.






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